domingo, 17 de abril de 2011

Prólogo

Unos leñadores trabajaban sin descanso talando árboles cerca de un enorme acantilado, el bosque era frondoso y enorme, sin embargo eso era ya cosa del pasado pues gran parte de este fue talado para una gran construcción que se podía ver desde el lugar donde trabajaban, el bosque seguía siendo enorme pero no era la sombra de lo que fue, uno de ellos no pudo evitar fijarse en el enorme palacio al otro lado del acantilado, un acantilado profundo y oscuro que posiblemente servía como defensa para el señor feudal, el palacio estaba construido justo encima de un pequeño río y no al lado, lo que hacia de ese palacio una construcción muy interesante, el río pasaba por debajo del palacio privatizando parte de este.

Estaba prohibido acercase y mucho menos entrar, mientras el joven leñador se preguntaba cual era motivo, sabía que era la residencia del señor feudal pero nunca había visto su cara, en otros reinos era normal que parte del comercio se realizara dentro de los palacios y castillos, además también era normal tener audiencias con los señores feudales, su padre, sudoroso le dio un golpe en la espalda a su hijo porque estaba demasiado distraído.

-                          ¡Hijo!,  tenemos que talar un numero determinado de árboles antes de que se ponga el sol, deja de mirar ese condenado lugar, está prohibido.

Él asintió, y continuó trabajando preguntándose lo que ocurría en ese mismo momento en aquel lugar sorprendente, una muralla gigantesca rodeaba el palacio, había una solo una entrada a la cual se accedía a través de un puente pero rara vez habrían, solo por la noche si llegaban comerciantes, conociéndose no pararía hasta mirar dentro y satisfacer su curiosidad, había visto muchas mujeres jóvenes que eran traídas de otros territorios para trabajar en el palacio y no volvían a saberse de ellas, siete mujeres al año, ni más ni menos, una práctica extraña pensó.

Una de esas chicas jóvenes era su propia hermana mayor, que a penas lograba recordar por su temprana edad, sin embargo recordaba pequeños detalles, pelos dorados, ojos claros y siempre sonriente, sus padres no querían hablar del tema afirmando que ahora estaba bien en el palacio y que ya no le faltaría de nada, que había entrado en “el paraíso”, palabra vulgar que frecuentemente utilizaban los campesinos para referirse al palacio, después de todo se contaba cosas maravillosas y era inaccesible para casi todo el mundo, era un buen mote.

A cambio de su hermana, la familia había recibido una gran suma de dinero para costearse el taller, un taller que ahora les había convertido en miembros importantes de su comunidad, el joven había decidido poner fin a su ignorancia y esperaba con ansias que llegara la noche. 

         Cuando llegaron al taller, comieron y se acostaron sin intercambiar ni una sola palabra con sus padres, no todos dormían, el joven esperaba que sus padres se durmieran para salir e investigar el castillo, como estaba prohibido incluso acercarse, los guardias no tenían mucho trabajo y solían dormir también desatendiendo la vigilancia, no se lo tomaban en serio, el joven estaba de suerte, las puertas permanecían abiertas, unos comerciantes acababan de llegar y eso era ya demasiada suerte, de no estar allí esos comerciantes posiblemente hubiera tenido que conformarse con mirar desde la reja, aprovechando que no lo veían entró.

        
A la mañana siguiente, la gente empezaba a congregarse en la plaza del pueblo, alguien golpeó muy fuertemente la puerta de la casa del leñador, unos golpes que delataban la desesperación de esa persona para que le abrieran, el dueño de la casa corrió hasta la puerta lo mas rápido que pudo aún con el dolor de cabeza por levantarse tan de pronto, el leñador preguntó malhumorado que ocurría mientras abría la puerta.

-                          ¿Es que no te has enterado? – dijo el hombre de la puerta con cara de preocupación, - Alguien se ha acercado al Palacio y fue detenido por los guardias de la muralla, creo que es tu hijo, como dicta la ley, ¡será ejecutado esta mañana!.
-                          ¡Dios mío! -Exclamó.

Cerró la puerta de un sonoro golpe y subió corriendo las escaleras al piso superior, cuando observó que su hijo no estaba en la cama, empezó a sudar y horrorizado sin decir nada a su mujer que seguía dormida se vistió y salió corriendo lo mas rápido que podía a la plaza del pueblo.

Tenía los ojos hundidos, unas ojeras que se notaban mucho en su cara pálida, agotada,  un aspecto horroroso y desanimado, sin embargo tenía una ligera expresión de odio mezclada con lastima, su mirada era gélida. La plataforma de madera estaba rodeada de campesinos gritando banalidades al joven, lanzándole fruta y hortalizas, había una orca preparada, un sacerdote, un verdugo, 5 soldados custodiaban la plataforma, el padre del joven llegó a la plaza y pudo distinguir a su hijo en la plataforma, atado, estuvo a punto de vomitar cuando sus ojos confirmaron las palabras de aquel hombre, justo en ese momento un soldado subió a la plataforma con un papel y todos callaron, iba a comenzar a leer.

El soldado delgado y con cara de pocos amigos, utilizó un tono seco militar, y en alto leyó los crímenes por los cuales el joven iba a morir.

-                          Queridos habitantes de Ayamonte me dirijo a ustedes en nombre de nuestro señor Don Francisco Manuel Silvestre del gran reino de España con una grave noticia, - hizo una pausa en las que se escucharon murmullos. - Este chico que se hace llamar Severino, incumplió una de las leyes mas importantes de nuestro pueblo y por eso está siendo condenado hoy aquí, se ha introducido en el palacio, durante la oscuridad de la noche como poseído por una fuerza oscura e intrigante, logro evitar a los guardias y profanar el hogar de nuestro querido señor feudal, a lo largo de 5 horas logro recorrer gran parte del palacio sin ser visto e intentó en vano herir a las doncellas que allí trabajan… - Fue entonces cuando fue interrumpido por Severino.
-                          ¡Es mentira! – dijo en voz de grito, ¡las doncellas son sacrificadas al demonio, lo he visto con mis propios ojos! – todos abrieron los ojos con espanto ante aquellas palabras y se escucharon algunos gritos ahogados por la sorpresa, también el murmullo que aumentó.

Entonces el verdugo le propinó una dura patada en el abdomen antes de que siguiera hablando obligando a Severino a arrodillarse en el suelo, tosiendo e intentando respirar, le tapó la boca con un trapo y le volvió a propinar una patada más, justo en ese momento la madre de Severino que se había enterado hace poco llegó, y observó como el verdugo continuaba pateado a su hijo en el abdomen y en la cara, la bota del verdugo estaba ya manchada de sangre, Severino ya apenas se movía, retorciéndose de dolor, la madre, rompió a llorar y ha apartar a la gente para intentar llegar hasta él, su marido la agarró fuertemente y la obligó a ponerse al final del gentío, quería decirle que no llorara, que fuera fuerte, que rezara, pero no podía hacerlo, se dio cuenta de que el también lloraba y ahora lo ultimo en lo que quería pensar era en el dios que estaba permitiendo todo aquello.

Cuando el soldado terminó de leer los delitos civiles que había cometido, el sacerdote se puso en su lugar y saco otro papel y comenzó a leer sus pecados…

-                          Pueblo de Ayamonte me dirijo a vosotros en nombre de dios nuestro señor, Severino a traicionado al señor, pues a quebrantado cuatro de los diez mandamientos – y empezó a señalar cada uno de ellos ante la escucha atenta de los campesinos que prestaron mas atención al sacerdote que al soldado – No robarás, no dirás falso testimonios ni mentiras, no consentirás pensamientos y deseos impuros y por ultimo, no codiciarás los bienes ajenos.

 
Todo aquellos era ridículo, mientras su madre ya lloraba en silencio cabizbaja, su padre lleno de irá sabía que Severino nunca había codiciado nada ajeno, nunca había robado, cuando era niño y su hermana estaba aún en la familia, eran demasiado pobres y a todo les daba un gran valor, su humildad era algo digna de elogiar, en una ocasión jugando rompieron su silla y sus padres enfurecieron, sin embargo Severino se culpó declarando que había sido él quien lo había roto, no era un mentiroso siempre decía la verdad por muy dura que fuera, era muy religioso, y por primera vez deseaba que su hijo hubiera mentido porque de no ser así, lo que había gritado antes sobre las chicas que llevaban al palacio tenia que ser cierto y eso le asustaba porque su hija ha estado allí todo este tiempo.

El sacerdote concluyó y el verdugo le colocó a Severino la cuerda en el cuello, antes de taparle la cabeza con un trapo, le destaparon la boca y le permitieron unas últimas palabras.

Severino escupió sangre, y con dificultad habló a algún sitio de la multitud, podía ver a sus padres a lo lejos…  con dificultad comenzó a hablar - Yo… solo quería volver a ver… a mi hermana – hizo una pequeña pausa para coger aire y le salieron lagrimas de los ojos, prosiguió – padre, madre… si aún me queréis… por favor… salid del pueblo y marchaos bien lejos…no volváis nunca… perdonadme… - luego sus ojos cambiaron a ira cuando miró a la multitud… ¡maldigo este lugar!... ¡¡si tanto teméis a la muerte os daré lo que buscáis, deseareis tanto la muerte que vendréis a mi!!

El sacerdote hizo un gesto con la cabeza en señal de negación, y el verdugo le volvió a tapar la boca con rapidez y eficacia, le tapo también la cabeza y luego de 20 segundos, accionaron la palanca que abría la trampilla del suelo, ahora su único apoyo era la cuerda que le sujetaba el cuello, momentos después se escuchó el grito agónico de una madre desesperada que fue apagado por el grito de euforia de una multitud luego de acabar con un hereje, el cuerpo ya no se movía, Severino finalmente murió.

                                        Leñadores Ayamonte



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