domingo, 17 de abril de 2011

Capitulo III, La llegada a Huelva

Huelva estaba cubierta de un manto blanco vista desde el aire, era una visión preciosa sobre todo para los que nunca habían visto tanta nieve, en las Islas Canarias rara vez nevaba, y cuando lo hacía las autoridades cortaban las carreteras a las zonas más altas, llegar para ver la nieve era difícil, debido a lo inusual que era, las retenciones podían llegar a varios kilómetros de distancia y lo peor de todo eran las carreteras peligrosamente estrechas y en mal estado.

Cuando el avión finalmente tocó tierra, fue cuando Marcos observó que el viaje fue demasiado corto, sin tiempo a aburrirse, los auriculares y los sudokus lograron acortar su percepción del tiempo, el tener la vista concentrada y su mente ocupada le ayudó a no marearse, además una pequeña conversación discreta sobre un tema sin importancia con Sara había sido clave para olvidarse del avión donde estaba, parecía que a ella también le había ido bien, sin embargo otros tuvieron que hacer uso de las famosas bolsas para vomitar, maravillándose y felicitando mentalmente a los hermanos Wright por hacer realidad algo tan increíble como la capacidad de volar, poco a poco el avión se posicionó majestuosamente guiado por el personal de tierra y se detuvo.

Una vez fuera del avión, todos fueron a recoger el equipaje, algunos tuvieron que aprender a andar de nuevo, todas las maletas parecían iguales y había que concentrarse para no coger la maleta de otra persona, sin embargo en ese momento una maleta con una gran pegatina con la bandera canaria atrajo la atención de todos, - De quien fuera esa maleta seguro que su dueño no la confunde - pensó.

Cuando la maleta llegó a su altura escuchó una voz que le llamaba a gritos desde atrás…

-                          ¡¡Marcos!! Mi maleta es esa de la bandera, tráela por favor, - reconoció la voz al instante, cogió la maleta y poco después apareció la suya propia, con ambas maletas una en cada mano, se hizo hueco entre el gentío.
-                          Hola Juan ¿como estas? preguntó mientras le entregaba su maleta - La pegatina fue una buena idea – dijo sonriendo.
-                          Los canarios tenemos que hacernos notar, - contestó, mientras caminaban con los demás compañeros que ya habían recogido sus maletas.

Juan era un chico muy positivo, fiestero, su autoestima debía de ser la mas alta de la que se tenía constancia, difícilmente se le veía triste, nunca había forzado una sonrisa, no le gustaba las injusticias pero a la vez no hacía nada para impedirlas, llevaba el pelo rubio teñido con un flequillo largo que le tapaba medio rostro, siempre tenía una cigarro en la boca y en ese momento estaba deseando salir del aeropuerto para poder fumar, el único defecto grave que tenía era que no se podía contar con él para nada, su responsabilidad era inexistente, pasaba de todos los problemas y jamás se enfrentaba a ellos, así que posiblemente su felicidad procedía de eso, aunque en el fondo sabía que esa felicidad inocente algún día tendría sus consecuencias negativas.

La mayoría de los alumnos empezaron a reunirse y entonces Jorge el profesor de matemáticas, empezó a pasar lista para asegurarse de que estuvieran todos, acto seguido salieron del Aeropuerto y una gran fila de taxis rodeaban la salida, sin duda peleaban por adjudicarse un cliente, viajeros con carritos iban de un lado para el otro, comenzaron a andar por la acera hasta los aparcamientos para autobuses, pisando la nieve que había caído posiblemente durante la noche.

Un autobús aguardaba en los aparcamientos con el motor encendido, la puerta estaba abierta y una mujer uniformada esperaba al volante, Marcos estaba deseando llegar para  sentarse, tenía impaciencia por ver la nieve cuando estaba en el avión, pero era más fría y mojada de la que vendían en el cine, a pesar de haber pisado solo unos metros, estaba cansado de andar sobre una superficie resbaladiza, mojada y fría, tenía las botas empapadas y los pies congelados, dudaba de poder acostumbrarse a ella, que el autobús tuviera calefacción era todo lo que pedía y por suerte se cumplió, sus compañeros no hacían más que quejarse del frío.

Cuando se subieron todos al autobús, se hizo un silencio sepulcral, estaban todos cansados no habían dormido casi nada, tenían frío, por su fuera poco el sol había salido hace minutos, y la luz impactaba en sus rostros encandilándolos por completo e impidiéndoles dormir durante el trayecto, Marcos se sentía igual – Una vez que lleguemos al hotel descansaré un poco – se dijo a si mismo mientras se acomodaba – a su lado antes de que se diera cuenta se había sentado Roberto, - Esto va empeorando – se lamentó, mientras emitía un sonido que expresaba su resignación.

Roberto era un chico que hablaba, vestía y se comportaba como un niño de papa y mama, iba vestido con unos pantalones vaqueros azules con adornos brillantes, un abrigo amarillo, bufanda rosa y gorro rosa, una combinación de colores espantosa,  blanquito y delgado le daban una imagen de nobleza, su pelo color castaño engominado era intocable, aún recordaba el pollo que se montó un día en clase cuando Juan le colocó una bola de papel en la cabeza con objetivo de hacer una broma, momentos después gritos, insultos y la expresión “Ósea que asco” acompañada del gesto de muñeca con la palma de la mano hacía abajo era lo que marcó un antes y un después, ya que tras ese suceso le perdieron el respeto, Juan no le dio importancia, tampoco pestañeo por ninguno de los insultos que recibió de él, Roberto se vio abochornado cuando se percató de la montaña que había creado por nada sin embargo no fue capaz de disculparse por su enfado desproporcionado, tampoco reconoció su error, de hecho ni lo saluda, y es justamente por eso que se ha ganado el rechazo de todos.

En el autobús sonaba una canción de ambiente, creía reconocer la canción pero a pesar de tenerla en la punta de la lengua no fue capaz de identificarla, algunos hablaban en voz baja creándose un ambiente familiar que le hacía sentir mejor, Roberto sacó un perfume, se echó en el cuello y lo volvió a guardar. – ¿un perfume de mujer? – se preguntó mientras la fragancia aromatizaba la zona central del autobús, luego sacó unos cascos y se dispuso a escuchar su propia música, estaba siempre serio o enfadado, básicamente a excepción de algunas chicas no tenia apenas amigos, después de todo despreciaba a los demás, todo aquello que no le gustaba lo criticaba sin compasión, faltando el respeto a otras personas y haciendo prevalecer sus gustos por encima de todo - Dios, perdóname por no aguantar a esta persona – pensó mientras miraba al cielo a través de la ventanilla como esperando recibir algún tipo de señal.

El autobús llevaba treinta minutos en la carretera, había visto carteles blancos, lo que indicaba que estaban en una carretera segundaria, pero no había podido leerlos, solo estaba seguro de estar a las afueras de Huelva, era una carretera muy transitada, con surcos grandes de nieve en el arcén, no nevaba, así que era nieve vieja retirada posiblemente durante la madrugada, de fondo se podían distinguir unas pocas casas, montañas y muchos árboles, la música de ambiente estaba empezando a crear somnolencia.

                                                    ROBERTO

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